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Los avances en la tecnología se dan de una manera vertiginosa. Sin embargo, no sucede lo mismo cuando nos referimos al comportamiento humano.
Vivimos en una cibercultura fusionada a la cultura, donde la interconexión entre las personas se genera en buena medida -ocho horas y diecisiete minutos al día- en formato digital a través del Internet y las redes sociales.
Cambios en los signos, significados, mensajes, medios, formas de comunicarnos y de expresar nuestras emociones bajo un nuevo alfabeto de ideogramas -emoticones-, modifican en su esencia las prácticas sociales en su conjunto.
Sumado a lo anterior, las recientes investigaciones acerca de la neuroplasticidad del cerebro confirman que las neuronas se regeneran y encuentran nuevas conexiones sinápticas que le permiten adaptarse a las exigencias de su entorno a través del aprendizaje. Lo anterior nos indica que la cibercultura está imponiendo un nuevo formato en pensamiento y emoción.
La concepción del subgénero cyberpunk descrito en la mayoría de las novelas y películas de ciencia-ficción, cobra vida en un escenario donde el hombre tecnológico se está posicionado como una realidad omnipresente en una renovada aldea global.
Nuevos avatares cumuflajean a nuestro ser y tienden a fragmentarlo y desaparecerlo ante la crisis existencial en un metaverso al que nos conduce la tecnología. Si aunamos a lo anterior, una desaparición paulatina de nuestra capacidad para gestionar emociones e interacciones cara a cara es pues, el escenario con ingredientes distópicos que presagia el nuevo y posible derrotero de la humanidad.
La manipulación conductual de la cual sin tomar consciencia desde la red somos objeto, genera que se autodisparen dosis de dopamina y serotonina, recibiendo al instante: momentos de placer, motivación, bienestar y satisfacción.
Al respecto, hay todo un mercado que oferta soluciones a nuestras dolencias existenciales y baja autoestima que nos hace cada vez más adictos al Internet, a sus redes y en lo especial a sus dosis -a través de likes recibidos-.
La brecha generacional aunada a la creciente disfuncionalidad familiar se repite y acrecenta, propiciando espacios sordos de comunicación. Desencadena la citada crisis existencial e induce al sentimiento de incomprensión, falta de reconocimiento y la citada autoestima.
En consecuencia, nos aísla y retiene en nuestra zona de confort llamada "cueva o caverna digital".
Preferimos no exponer nuestras emociones y sí disimularlas desde el aparente "control" digital en redes sociales y en lo particular, en Facebook.
Debido a todo lo expuesto… creció en un servidor la idea de conectar en el neologismo Coachbook, las dos palabras que de algún modo críticamente deseaba desarrollar: el uso -a veces insano- del coaching a través de Facebook, por supuesto, con el elemento común de la tecnología y la captología.
La obra, incluye también en su título: el síndrome de la casa del sol naciente, como alusión a una analogía que pretendo establecer entre la simbología que podemos interpretar de la canción: "The House of the Rising Sun" y la alegoría de la caverna de Platón. Una especie de síndrome - condición humana de claudicación- que se reconfigura y nos conduce de vuelta a otra caverna, ahora digital.
© 2019 Editorial Bubok Publishing (E-bog): 9788468536637
Release date
E-bog: 16. april 2019
Dansk
Danmark